Hace tiempo que el mundo gastronómico parece estar dividido en dos bandos: los amantes de las carnes rojas y los "piscifactórivos, un término que me he permitido acuñar para describir a quienes prefieren el pescado, aunque, dado su precio, si quieren disfrutarlo con frecuencia, suele provenir en su mayoría de piscifactorías.


Numerosos expertos en nutrición han contribuido a esta división al demonizar el consumo de carnes rojas, argumentando que no son un pilar fundamental de la dieta mediterránea y que, en caso de consumirse, debería ser con moderación, preferiblemente dentro de guisos y otras preparaciones tradicionales. Se les atribuyen efectos negativos sobre la salud, como el aumento del colesterol LDL (colesterol malo) y la reducción del colesterol HDL (colesterol bueno), entre otras advertencias.


En mi opinión, más allá de subidas y bajadas de colesterol, el equilibrio es la clave en cualquier alimentación. Por eso, tanto para los amantes de las carnes rojas como para aquellos que han decidido explorar más allá del pescado -e incluso para quienes buscan un respiro de la dieta mediterránea- nada mejor que una visita a Las Brasas de San Miguel.


Su nombre no se debe a que el santo sufriera el fuego, sino a la calle donde se encuentra, en pleno corazón del casco antiguo de Alicante, conocido como "El Barrio". Un lugar donde la tradición y el buen asado se encuentran para deleitar a los paladares más exigentes.


José Luis Oliver, su atento y experimentado propietario, es un auténtico especialista en carnes rojas y dirige, además de Las Brasas de San Miguel, otros dos locales en Alicante, todos ellos con un mismo enfoque: seleccionar las mejores piezas de razas premium. En su carta destacan carnes de raza Minhota (procedente de Galicia), Simmental (originaria de Baviera) y Holstein-Frisona, que, aunque de origen en la Baja Sajonia alemana, se sirven aquí desde Polonia.

Con maduraciones de 20 a 30 días, estas carnes se cocinan en un horno de brasas Josper, logrando un sellado perfecto que potencia su sabor. La experiencia se completa en la mesa, donde cada comensal puede ajustar el punto de cocción a su gusto gracias a un ingenioso artilugio con brasas y una parrilla inclinada, diseñada para recoger la grasa.


El ambiente es impecable: potentes y silenciosos ventiladores, camuflados como lámparas, evitan la acumulación de humos y olores, permitiendo que el protagonismo recaiga exclusivamente en los aromas y sabores de una carne de primera categoría.

La gran seña de identidad de Las Brasas de San Miguel es su impresionante mostrador de carnes abierto a la calle, una invitación irresistible para los amantes de la carne que, al cruzar la puerta, se adentran en un espacio acogedor donde cada detalle está cuidado al máximo y el servicio es impecable.

Desde luego, si alguna vez me buscan pecando y olvidando la dieta mediterránea, ya saben dónde encontrarme: en Las Brasas de San Miguel, disfrutando sin remordimientos.